No siempre la nieve resulta ser un enemigo para plantas como se suele pensar. Si bien la mayoría de las especies del reino vegetal son más viables en climas cálidos o templados, en su ciclo muchas plantas recurren a la nieve para protegerse hasta la llegada de la primavera.
Muchas flores y hierbas tienen vida en primavera gracias a la protección ofrecida por una fina capa de nieve de no más de cinco centímetros de espesor. La nieve conserva la vida, y sin ella, por ejemplo, no florecerían narcisos, campanillas de invierno o rompenieves y otras plantas perennes y bulbosas.
Las primeras flores de la primavera
Al derretirse el manto de nieve protector, las flores ya están allí. Son las primeras flores que aparecen en la primavera.
Las plantas bulbosas despiertan de su sueño veraniego en otoño, con las primeras lluvias después del estío. Iniciaron su sueño al principio del verano, al morir sus hojas y paralizarse la actividad en los bulbos.
Huyen del calor, adentrándose en el suelo para evitar la evaporación. Tras este sueño, a partir de septiembre, del Hemisferio Sur y marzo del Hemisferio Norte, ya nada puede frenar su actividad, produciendo sus bulbos raíces de hasta sesenta centímetros de profundidad.
Las raíces son necesarias para la obtención de humedad y alimentos en invierno, mientras que el azúcar producido en primavera por las hojas es almacenado en los bulbos.
El refranero castellano no duda: tras un invierno abundante en nieves, llega una primavera hermosa y florida, que da paso a un año repleto de dichas. Y es que, aunque parezca mentira o difícilmente creíble, debajo de la nieve hay vida, mucha vida vegetal. La nieve es para algunas plantas el mejor manto natural para soportar un crudo invierno.
Hojas, pedúnculos, periantios, estambres y semilleros se encuentran en el interior del bulbo, en el suelo, con varios puntos de vegetación. Cada punto produce una parte determinada de los órganos vegeta- les a flor de tierra, alimentándolo en un principio. Al empezar el calor, una hoja verde sale inmediata- mente del suelo y comienza el verdadero crecimiento. A finales de noviembre o primeros de diciembre, aparecen ya las puntas verdes, pero que normalmente son frena- das por la reducida luz y el frío,
Las flores necesitan unos pocos grados sobre cero para poder crecer. Estas flores están programadas para salir con el primer calor, dado que no les queda mucho tiempo para fructificar. Ello las hace reaccionar inmediatamente, incluso en otoño, a temperaturas más altas. En caso de helada viene la muerte, por- que ya no pueden retirarse, aunque se salvan las que tienen unas raíces con más de veinte centímetros de profundidad.
Si en vez de helada, cae nieve, mueren las hojas ya salidas, pero no las siguientes, que esperarán a que la nieve se derrita. La planta, ya crecida, puede invernar bajo la nieve a una temperatura de cuatro grados sobre cero. Bastan unos cinco o seis centímetros de nieve para proteger a la planta de la congelación.
La primera mensajera de la primavera suele ser el Eléboro de invierno, Eranthis hiemalis, presente en bosques húmedos y matorrales, pero desgraciadamente en Europa es ya difícil de encontrar. Quizá la que mejor puede verse es la llamada campanilla de invierno o rompenieves, Galanthus nivalis, cuyo nombre botánico proviene del griego «gala» (leche) y «anthos» (flor), aludiendo claramente al color lechoso de sus flores, La rompenieves, cuyos bulbos son algo venenosos, se encuentra presente en gran parte de Europa en bosques húmedos y prados, a partir de febrero o marzo. Poco más tarde, comenzarán a despuntar violetas y crocos. Y también narcisos y nazarenos, cuyos bulbos son también venensos y antiguamente se utilizaron con fines medicinales.
La mariposa Cleopatra, Gomepteryx cleopatra, es la primera en aparecer cuando llega la prima- vera. Ha pasado el invierno res- guardada en algún arbusto, y sale cuando se derrite la nieve y recibe con intensidad los rayos solares. Al igual que las flores, reacciona inmediatamente a temperaturas más al- tas debido a su corta vida. Y murcié- lagos, erizos y marmotas necesitan algo más de calor para despertar, y tardan unos catorce días de mejor tiempo para alcanzar su actividad, lo que viene a suceder, según las la- titudes, sobre el mes de abril.
Existen pequeños seres, como es el caso de la pulga de la nieve, Boreus hyemalis, que no mide más de tres milímetros de largo, que es fre- cuente que sea vista posada sobre la nieve, incluso formando colonias numerosas sobre los glaciares alpi- nos que parecen enormes placas negras de hollín que ensucian el manto blanco natural de las nieves. Este insecto aguanta temperaturas de veinte grados bajo cero, pero sin embargo no soporta que el termómetro suba por encima de los quince grados.
Y en la Antártida, la región más fría del planeta, donde en invierno es frecuente que se alcancen tem- peraturas de menos cincuenta gra- dos centígrados, crecen unas 350 clases de líquenes diferentes que Pueden fabricar azúcar a partir del anhídrido carbónico del aire aun- que haya poquísima luz y tempera- turas muy bajas, mientras que los lí- quenes españoles o europeos nece- sitan más calor y luz. Su gran pro- tección está precisamente en la capa de nieve que les aísla de los helados vientos polares. Y en pri- mavera, cuando llega el deshielo, aprovechan el agua para nutrirse y desarrollarse. No nos puede extra- ñar, por tanto, que una vez más el refranero castellano se ajuste a la realidad de la vida misma con este dicho tan conocido y esperanzador que dice: «Año de nieves, año de bienes».
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